El narcisista busca verse como un ser único, distinguirse de los demás por su criterio superior.
Últimamente se han publicado diversos estudios en el campo de la psicología política sobre la relación entre la personalidad narcisista y la tendencia a creer en teorías conspiratorias. El asunto no es un mero capricho académico; tiene implicaciones para entender los liderazgos tóxicos. Este año Aleksandra Cichocka, una joven profesora de la Universidad de Kent (Reino Unido), publicó una revisión de trabajos, propios y de otros grupos, sobre el tema.
Algunos psicólogos agrupan el narcisismo, el maquiavelismo y la psicopatía (subclínica) en lo que llamaron “la tríada oscura de la personalidad”. El maquiavélico es sutilmente manipulador, el psicópata es abiertamente impulsivo, egoísta y sin sombra de remordimientos, y el narcisista se caracteriza por una visión exagerada de sí mismo y de sus logros, por la absoluta incapacidad para imaginar que pudiera estar equivocado, y por una rivalidad fuerte, agresiva, contra quienes lo contradicen. Los tres rasgos comparten entre ellos características como falta de empatía, hostilidad y desconsideración.
Sin duda, existen las conspiraciones. Pero hay muchas más teorías conspiratorias que conspiraciones reales. Algunas personas no pueden imaginar que sucesos de importancia ocurran sin que haya una fuerza malvada oculta, o una organización oscura y perversa detrás de ellos. Los investigadores mencionados trataron de entender qué características de la personalidad narcisista generan esa credibilidad injustificada en el complot.
El narcisista tiene gran necesidad de verse como un ser único, de distinguirse de los demás por su ‘criterio superior’. Las teorías conspiratorias se lo facilitan, con ellas él tiene acceso a ‘conocimientos’ que pocos tienen; los otros viven engañados. El narcisista tiene además un buen grado de paranoia y cree que otros, menos meritorios, se esfuerzan en opacarlo. Las teorías conspiratorias le confirman que ‘efectivamente es saboteado’ y le explican por qué.
El narcisista necesita ejercer el control. Como está absolutamente convencido de que no puede equivocarse, y que jamás tiene la culpa de que algo salga mal, le tranquiliza tener culpables alternativos, chivos expiatorios. Por último, aunque podría parecer paradójico, el narcisista suele ser muy crédulo. Por su incapacidad para la autocrítica es capaz de creerse unas historias completamente insensatas.
El problema con esto es que muchos políticos sufren de este mal en fase muy aguda. Creen de verdad en teorías extravagantes sobre el funcionamiento de la sociedad, y se sienten virtuosos impulsando ideologías tóxicas.
Los autores (por lo menos en los artículos que leí) no nos dan recomendaciones para evitar o disminuir los efectos del narcisismo. Creo que habría que empezar entendiendo que se da en varias medidas, no solo al nivel de los casos extremos aquí descritos, y también uno podría caer en eso inadvertidamente.
Recuerdo haber leído hace mucho tiempo una breve historia de José Enrique Rodó (no recuerdo dónde, ni a qué clase de texto pertenecía). El río donde se miraba Narciso lloraba por su desaparición. Consolándolo le decían que entendían su tristeza por no poder contemplar de nuevo la belleza de Narciso. El río se sorprendió: ¿Narciso era bello? Yo lloro porque no podré ver nuevamente mi reflejo en sus ojos.
La lección, imagino, es que si no queremos una sociedad manejada por el narcisismo, conducida con desprecio por el otro, y guiada por teorías espurias, totalmente alejadas de los hechos y de cualquier soporte lógico, debemos promover el sentido crítico, empezando con las teorías propias y las de los grupos con los que simpatizamos. Es de muy mal pronóstico embelesarnos con nuestra imagen, reflejada en los ojos de los otros.
Por: Moisés Wasserman