La gente “seria”, mucha de ella petrista, pidió no distraerse con “asuntos domésticos” cuando estalló el escándalo de la niñera, el robo, las chuzadas. Esa misma gente dijo que era increíble que un país se dedicara a hablar de un sainete, un novelón, un melodrama, mientras se ignoraban las declaraciones de Mancuso o las masacres. Pero es imposible que una cultura que le debe tanto de su mentalidad a las telenovelas, no se fascine con una serie donde no falta ningún ingrediente. Pero hay más: no solo la alta cultura tiene el poder de revelar la entraña de las pasiones humanas. Hay melodramas extraordinarios, como los de Víctor Hugo y los que están en la base de las obras de Shakespeare, que cautivaron el corazón de las masas de su tiempo con toda sus intrigas y truculencias y su poder revelador. Y, por supuesto, con su maravilloso lenguaje, algo que, lamentablemente, no existe en este caso.
Mucho de lo que somos como cultura y como humanidad ha salido a flote en el affaire Sarabia-Benedetti, y ese análisis puede ser tan largo como apasionante. Ciñéndome al género melodrama me limitaré a hablar de todo lo que este revela de prejuicios atávicos, mentalidad mafiosa y ambición de poder, aunque partiendo de que hoy –y quizá para siempre– hay muchos enigmas por dilucidar. Veamos el reparto:
Una joven “recién parida” que ve comprometido su futuro por las acciones de un malvado, pero también por su inexperiencia y tal vez por su ambición de poder. Está por verse si ella, como tantas señoras colombianas con “relaciones”, le pidió a alguien poderoso que le echara una chuzadita a la niñera a ver si recuperaba un dinero, que además nadie ha aclarado de dónde provenía.
Un malvado con cara mefistofélica, criado en un mundo de privilegios pero que habla y actúa como un sicario, al que se le ve a la legua su misoginia y que, como Ricardo III, destila ambición y odio. Este villano encarna lo que en la tragedia griega es la hibris: “desmesura de orgullo y arrogancia”, y es capaz de hundirse a él mismo con tal de hundir al enemigo.
Una aguerrida dama de noble cuna, que ha dedicado su vida a luchar por los desposeídos desde la izquierda, a la que de repente la traiciona el más atávico subconsciente cuando dice que no es lo mismo chuzar a un magistrado que a una “sirvienta”.
Una niñera acusada dos veces de robo, que ha viajado mucho y a veces en vuelos charter, de la que todo el mundo habla como de una “humilde mujer”, usando un adjetivo anacrónico y paternalista, pero impropio, porque no toda persona pobre es necesariamente humilde. Si es culpable o no es algo que pareciera no importarle a nadie.
La directora de una revista que no conoce la imparcialidad, especialista en podredumbres, que en su sensacionalismo apela incluso al testimonio de una legión de hackers.
Un periodista admirado, en este caso el bueno de la obra, que en menos que canta un gallo es capaz de sacar a la luz los tejemanejes del malvado.
Un fiscal oportunista, desbordado por la ambición, que se cree un héroe, aunque su papel ha sido bastante gris. Y un presidente que por una vez obró salomónicamente, aunque el provocador que lleva adentro no resistió escribir, ignorando la angustia del país: “¿Intranquilos? ¡Qué va!”
Promete mucho la segunda temporada.
Fuente: http://www.elespectador.com