Disfruté con familia y amigos, la visita, largamente aplazada, al cañón del río Güejar, entre Mesetas y San Juan de Arama. Colombia no deja de impresionar, en sus paisajes y gentes: luego de medio siglo de guerra, la región experimenta una explosión, esta vez positiva, de esperanza y renacimiento, gracias a los acuerdos de paz. La sorpresa, un número de visitantes inesperado, cientos de personas disfrutando el rafting por uno de los ríos más bellos que he conocido, con todas las medidas de seguridad y respeto por el ecosistema, pero, mejor aún, por el grado de participación de toda la comunidad. Jóvenes guías locales muy bien cualificados (¡me faltó ver mujeres!) y conocedores de su tierra, aventureros y con ganas de hacer cosas diferentes a venir a la ciudad a rebuscar; familias campesinas atendiendo familias de visitantes, haciendo almuerzos; excombatientes esperanzados aguantando preguntas impertinentes con tranquilidad; empleo fresco por todas partes y conciencia de los límites de la actividad: nadie quiere grandes hoteles ni monopolios ni convertirse en esclavo de empresas que, por eficientes que parezcan, solo piensan en la extracción de renta, no en la sostenibilidad.
Los programas de ecoturismo de este sector colindante con el Parque Nacional Serranía de La Macarena contrastan con la percepción que tienen los colonos de las autoridades ambientales: abandono, arrogancia y corrupción fueron las únicas palabras que tuvieron hacia ellas cuando les pregunté. Solo malestar por promesas incumplidas, obstáculos burocráticos al emprendimiento, largas en los trámites para cualquier cosa. El resultado, obvio, es que la gente ya no espera al Estado y el turismo fuera y dentro del parque (ilegal) crece solo con las capacidades y reglas de los operadores locales, que tienen conciencia y voluntad, pero no deberían estar en esa situación. Recordé cómo mi primer trabajo de bióloga hubiese sido la elaboración del plan de manejo de La Macarena, allá por 1989, una quimera en la que nos embarcamos cuando teníamos ilusión emprendedora, que nunca se consolidó a pesar de tener un contrato firmado con la entonces Unidad de Parques: la primera quiebra financiera de una organización ecológica que entonces tratábamos de posicionar entre varios compañeros…
Más de 26 operadores turísticos en los municipios de Granada, Mesetas, Villanueva, San Juan de Arama y La Uribe ofrecen sus servicios para acceder a las bellezas más impresionantes de un territorio que combina la región andina, los llanos y el escudo de Guyana; el nacimiento de la selva, cada vez más amenazado por la deforestación criminal en el sur.
Las comunidades locales reclaman, con razón, más apoyo, y reconocen en el programa Visión Amazonia una iniciativa muy valiosa que les ha permitido organizarse y capacitarse, gracias a la financiación noruega y alemana, que siguen confiando en Colombia. Pero se necesita más, porque la demanda de verde, de cascadas, selvas llenas de aves y flores crece y crece con el voz a voz, y la organización gremial que agrupa las empresas locales no tiene todas las respuestas. Aún hay que restaurar muchas zonas degradadas, reconstruir la conectividad ecológica, organizar el territorio, generar estándares, innovar en la gastronomía, apoyar el diseño de infraestructura sostenible…, en fin, mil cosas: es tiempo de fortalecer esta isla de emprendimiento ecoturístico, el mejor ejemplo de lo que podría llegar a ser Colombia como potencia de la vida. Visiten el norte de La Macarena, y verán que sí se puede… Felices fiestas, en paz con la biodiversidad.
Fuente: http://www.elespectador.com